26 de diciembre de 2011

Tres filósofos antiguos y sus extravagancias

Heráclito de Éfeso.
Aquel que dijo que no nos bañamos dos veces en el mismo río.
Veremos qué sucedió con él poco antes de su muerte, allá por el 480 A.C.
Se fue a vivir a las montañas como un eremita, parece que no quería ver a nadie, la humanidad le producía una profunda antipatía, sostenía que el género humano era una bestia irremisiblemente hipócrita, obtusa y cruel al cual no valía la pena enseñarle nada.
Sus meditaciones están reunidas en un libro titulado "Sobre la naturaleza" que cuando estuvo terminado depositó en el templo de Artemis, la diosa de la caza, para desesperación de la posteridad que debió quemarse los sesos para comprender algo.
Lo que pasa es que primero (Según dice Russell) el desprecio de Heráclito por los hombres era tal que escribió de un modo que nadie podía comprender, de ahí el asunto de "Heráclito el oscuro de Efeso", Para peor el libro se empezó a perder de a poco, por ende comprenderlo es más difícil porque le faltan partes.
Aunque a lo mejor no le faltan partes, si no que es así, un libro que ha nacido ruinoso. Tal vez los textos de Heráclito fueron desde un principio con aspecto ruinoso, con astucia para sorprender a una posteridad que respeta siempre más lo que se ha perdido.
En la montaña Heráclito se alimentaba con hierbas recolectadas al azar en sus caminatas. Es una mala política alimenticia nos dirá Cormillot, imagínese usted saliendo por la calle Bacacay y juntando hierbas, pasto, caléndulas, margaritas, ortigas, revientacaballos, al segundo día usted morirá.
Heráclito decía: "Nada puede interponerse entre estas plantas y yo, cortarlas no implica el menor comercio entre los hombres". Decía a cada rato.
Con aquel régimen terminó por perder la salud, como ya habíamos previsto.
Se le hincharon las piernas, las manos, los tejidos, sufría de hidropesía, retensión de líquido. Había que encontrar un remedio antes de que el alma perdiera la sequedad que la constituía.
Bajó de la montaña y pidió ayuda a los eruditos (que según se conjetura vivían a los pies de la montaña). Les explicó a estos que si el alma era la emanación de un fuego primero, mantener la presencia de ese agüita en el cuerpo era perjudicial.
Los sabios lo escucharon y le aconsejaron reposo, con esa rapidez que caracteriza a los sabios, con ese espíritu práctico que también los caracteriza. Repose, total si se muere por lo menos no va a  seguir jorobando.
Heráclito volvió a abandonar la ciudad y ayudado por sus sirvientes intentaba transpirar al calor del día, transpiraba pero no se curaba.
Finalmente se detuvo cerca de un establo y dio la orden a sus sirvientes de que le cubrieran el cuerpo con estiércol y lo dejaran ahí tirado al sol. Nadie había ordenado jamás algo semejante. Heráclito creyó que cubierto de bosta y al sol, la humedad de su cuerpo pasaría violentamente hacia la capa de desperdicios (a esto le llamaban pensar).
Pues lo untaron con mucho cuidado hasta que no se vieron más que los ojos de Heráclito.
Allí tirado esperaba que el fuego se apoderara de él, el fuego debía triunfar siempre. Pero se murió asfixiado.
Los sirvientes lo abandonaron allí, pero antes defendieron el cuerpo de los perros que se tentaban.

Aristóteles
Quiso organizar antes de morir, la totalidad del saber. Para eso debía trabajar sin interrupciones, comenzó por comer mientras leía, o leer mientras comía.
Enseñaba durante las caminatas de un sitio a otro para ahorrar tiempo.
Tenía sobre su mesa varios rollos abiertos al mismo tiempo, fichas de papiro siempre preparadas, dos escribas a su disposición para dictarles y se impuso pasar de un estudio a otro varias veces a la jornada para evitar el tedio.
Pero eso no alcanzaba para catalogar el saber general, para reflexionar y escribir era necesario reducir las horas de sueño.
Entonces inventó un aparato para robarle horas al sueño, se trataba de un instrumento de estímulo y tortura, era un mecanismo de despertador, con el que se infligía a si mismo tensiones. Creía que al sueño se le podía ganar, o al menos se le podía ganar una o dos reflexiones más.
A la noche un esclavo, llegaba a la mesa de trabajo de Aristóteles y colocaba sobre su mano izquierda una bola, pero de bronce. En el suelo, justo donde caía la mano, había una especie de Gong, una lámina metálica. Cuando el filósofo se dormía la bola caía sobre la lámina y producía un ruido. Bueno... no era un gran invento.
Cierta vez la bola cayó contra el metal, pero el pensador no despertó porque había muerto.
No pudo robarle un par de reflexiones a la muerte.

Platón
Viajó a Egipto y allí abrieron los sacerdotes para él algunos papiros sagrados. Buscaba encontrarse con los pensamientos de Pitágoras, sabía que aquel maestro había detentado conocimientos esenciales sobre el orden del universo, sobre su arquitectura interna y sobre la liberación del alma.
Es decir ya Platón tenía aquella convicción que todos vinieron a tener en algún momento, a saber que Pitágoras conocía algunas cosas que después nadie supo. Pero las enseñanzas permanecían en el más estricto secreto.
Ya se sabe el cuidado que tenía Pitágoras con los secretos, por ejemplo los pitagóricos habían descubierto el secreto de la esfera de doce pentágonos, o sea el dodecaedro, el cual conocemos todos por alguien que pagó con su vida revelarlo, en realidad lo condenaron a una muerte civil, nadie le hablaba, y al final el tipo se suicidó.
La única preocupación de Pitágoras era mantener secretos, tanto así que a veces no se preocupaba por los secretos que tenía que cuidar y había gente cuidando nada, cuidando que nadie supiera una cosa que ni siquiera se había convertido en saber.
Platón estaba cierto de que Pitágoras algo debía saber. La comunidad pitagórica había sido destruida ya, los alumnos dispersos callaban.
Patón oyó hablar de un cierto Filolao, un médico que había vivido en Crotona, la ciudad donde Pitágoras estuvo bastante tiempo, y que supuestamente había consignado lo esencial de las enseñanzas de Pitágoras en tres obras. Nadie parecía haberlos leído ni visto, algunos decían que esos libros no podían existir.
Platón se hizo amigo de Dionisio, el griego que gobernaba Siracusa, y en al corte se encontró con un ñato que sabía donde vivían los parientes de Filolao, entonces fue y golpeó.
-¿Está Filolao? -No, ya no está.
Pero se habían conservado sus recuerdos y sus escritos que fueron mostrados a Platón, quien notó que esta gente no captaba el gran saber que había en esos libros. Los asustó un poco, les dijo que todos los que se enteraban de esos secretos se morían y entonces les preguntó por qué no se los vendían. Ofreció 200 talentos (era mucha guita), los parientes le pidieron 700, Platón pagó 600 y se los llevo.
Mirá vos la que les hice a estos, se dijo mientras creía llevarse la explicación de los misterios del universo.
Cuando llegó a la casa de Dionisio revisó los rollos y decían pura gilada.
Así fue engañado Platón por los parientes de Filolao. Esperando encontrar el secreto del universo y leyendo cosas como "Si reenvías este manuscrito a cinco personas esta noche la persona que amas te llamará por teléfono"



Texto adaptado de la emisión de: La venganza será terrible del 22/12/11

4 comentarios:

  1. Siempre es bueno volver al trote, arriba!

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  3. Nada nuevo bajo el sol desde hace 25 siglos (lo menos!)

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